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7 feb 2013

Introspección





El mundo cambia a mi alrededor, inexorable e impasible, y sólo soy consciente de ello cuando parece haberse detenido en un fugaz instante, un segundo efímero en el que mi mente comprende que nada dura para siempre y mi propia identidad se transforma en una extraña compañera a la que a penas consigo reconocer. 

No he sido consciente del transcurso de los años, ni de lo que el futuro requería de mí, mis objetivos estuvieron sustentados por nubes vaporosas que ocultaban la realidad de mis ojos. Ahora comprendo que caí en la más evidente de las trampas sociales al creer que tenía libertad de elección, al pensar que luchar por un sueño  era algo digno, al contemplar mi propio futuro con ojos esperanzados, sintiéndome capaz de concebir ese sueño como real. Ahora que el suelo se precipita con rapidez hacia mi rostro envuelto en las lágrimas de la cruel realidad, comprendo que sólo he soñado un sueño que quise contemplar como auténtico y posible. 

Las ilusiones se desvanecen a medida que el tiempo transcurre, y sólo lo auténtico permanece frente a mis ojos, acusándome por el tiempo que perdí tratando de llevar una vida platónica e ilusa. La incógnita crece por momentos, y en este instante ya no sé quién soy, ni lo que se espera de mí. ¿Acaso me cegué con la creencia de que había algo único e inimitable en mi interior? ¿Algo que me haría especial y completa, sin importar la vida que quisiese llevar?

Alguien dijo una vez que es en el límite donde cambiamos, donde cuestionamos nuestra forma de vida, nuestros pensamientos, nuestra naturaleza y todo lo que creímos afianzado y duradero, de pronto aparece ante nosotros con un nuevo enfoque, completamente distinto, y no siempre mejor.

 Los cambios ocurren, eso es innegable. Somos títeres de los pensamientos aleatorios que confunden nuestra mente, nuestros principios, a nosotros mismos. No importa cuántas veces juré y perjuré, al final nada de eso permaneció inamovible, y ahora, confusa y extrañada, observo de reojo lo que antes creí ser, comprendiendo vagamente el devenir de mi propia esencia, que ahora lucha por proyectarse de un modo diferente y nuevo. 

El miedo casi consigue paralizarme, me nubla el juicio y ya a penas puedo distinguir qué es correcto y qué no, lo que está bien y lo que está mal. A pesar de todo, el mismo pensamiento martillea con fuerza mi cerebro, incansable y atronador, parece haber surgido de la nada y de mi confusión se alimenta. Libertad, me grita en silencio. Libertad. Lucha con todas sus fuerzas para convencerme de que hay cientos de cosas por ver, por conocer, por sentir. Desgraciadamente, no todas ellas son buenas, y soy consciente de ello. 

Pero, en un resquicio de mi mente, aún resuenan antiguas palabras, viejos pensamientos eclipsados por esta nueva sensación de urgente libertad. Los pensamientos de la estabilidad y la seguridad de lo conocido, la conocida esperanza por triunfar, por el simple hecho de ser especial de algún modo mágico y natural. Ambas caras de la moneda colisionan, y la guerra parece acrecentarse a medida que el tiempo transcurre, y yo sigo sin ser capaz de ver, a través de la densa neblina, cuál de los dos caminos escoger.

Existe un nexo entre ambos, el momento actual, que me brinda la posibilidad de seguir avanzando por el camino recto, previsible y seguro, cuyo final puede entreverse a través del espacio, o por el contrario, tomar el segundo sendero, zigzagueante e incierto, cuya desembocadura oscura es imposible de prever. 

No puedo dejar de oír aquel susurro en mi mente, que me habla en silencio, a través del ruido de mis propios pensamientos, incitándome sin descanso a tomar la libertad y seguir un camino oscuro y frío, donde las penas se salpican por todas partes, compaginadas en menor medida por alegrías efímeras. A pesar de todo, siento que ese es el camino que debo escoger, tener como mejor amiga a la espontaneidad y la sorpresa, trazar mi propio rumbo a través de la densa niebla y conseguir así comprender quién soy yo y cual es mi cometido en esta vida, sin importar el tiempo que pueda llevarme descubrirme a mí misma. 

Si hay algo cierto, y espero que lo sea, es que es preferible arrepentirse de los errores cometidos y aprender de ellos, que arrepentirse de aquellos que se quedaron por cometer.