Tony durmió poco esa noche. Su mente gatuna estaba llena de ideas, posibilidades y planes. Pero ninguno de esos pensamientos parecían llevarle a nada, y cuanto más pensaba en ello más se emocionaba. Las ideas fugaces de darles una lección a las ratas pasaban por su cabeza como rayos, e inexplicablemente, siempre terminaban con él aovillado en el suelo recibiendo mordiscos y zarpazos. Algo sí tenía claro; él solo no sería capaz de enfrentarse a todas las ratas del colegio.
El autobús escolar paró junto a él en la parada y Tony se subió. Los asientos estaban dispuestos del mismo modo que el día anterior; las ratas habían dejado un hueco en los últimos asientos, junto al hijo de Ratoni, especialmente para él. Tony envió una mirada fugaz a los otros gatos del autobús, que permanecían con las orejas echadas hacia atrás y la mirada perdida. Con un suspiro avanzó a través del autobús hasta el asiento libre, donde Ratoni le esperaba con una asquerosa sonrisa en su hocico húmedo. Se sentó a su lado y mantuvo la mirada fija hacia adelante.
--¿Qué tal has dormido, Catony?--se burló la rata--¿Tu mamá te ha dado muchos lametones en las heriditas para que dejaras de llorar?
Tony no respondió. Apretó los dientes con fuerza, tratando de no responder a su provocación. Pero eso no detuvo a Ratoni, y tanto él como la rata que se sentaba al otro lado de Tony comenzaron a golpearle disimuladamente con sus asquerosas colas. El gatito aguantó cada uno de los golpes silenciosos de las ratas mientras éstas se reían disimuladamente y sus bigotes se movían inquietos.
Estando ya en clase, con la profesora Mimí explicando y apuntando cosas en la pizarra, Tony desviaba la mirada hacia sus camaradas gatunos que permanecían con la mirada fija en la pizarra, atravesándola. Las ratas por su parte se dedicaban a reírse y hablar animadamente ignorando por completo lo que la profesora estaba explicando, y tirando de cuando en cuando bolas de papel a Tony, pero él estaba decidido a aguantar lo que hiciera falta hasta que llegase el recreo. El corazón se le contrajo al recordar lo ocurrido el día anterior y un escalofrío recorrió su cuerpo desde la punta de las orejas hasta el extremo de su cola. Con ansiedad observó el reloj que colgaba sobre la pizarra y que indicaba que aún quedaban treinta largos minutos hasta que sonara el timbre que lo dejaría salir al patio.
Tony trató de concentrarse en las palabras de Mimí con todas sus fuerzas; estaba hablando sobre la historia de las ratas allá por la Edad Media, cuando casi habían conseguido apropiarse del mundo entero. Claro que, teniendo en cuenta que las palabras de la profesora estaban condicionadas por Ratoni, el gatito no fue capaz de darle una veracidad completa a los relatos de Mimí.
Al fin, sonó el timbre y como una orda las ratas se levantaron al mismo tiempo y se arrastraron con rapidez entre los pupitres hacia la puerta por la que salieron en tropel. Como siempre, los dos gatos y Tony salieron los últimos de clase y sin demasiadas ganas al oír el ajetreo que las ratas estaban montando en el pasillo.
En el patio las ratas correteaban libremente persiguiendo pelotas de fútbol y mordisqueando las patas de las que se cruzaban en su camino. Tony observó con atención a todas y cada una de las ratas, inspeccionando si alguna de ellas se había percatado de su presencia, pero todas parecían distraídas.
Un momento... ¿Y Ratoni? ¿Dónde estaba esa rata desaliñada? Tony buscó a conciencia entre las ratas a aquella que consideraba su mayor enemiga, pero los ojos negros e inexpresivos de Ratoni no parecían encontrarse entre los miles de roedores.
Y de pronto, le vio. Ratoni, con su grupito de ratas habían formado un pequeño corro alrededor de los cinco gatos del colegio, que permanecían con las orejas agachadas mientras sus colas se iban erizando gradualmente. Tony se acercó con cautela a ellos.
-- ¿Qué os parece, gatitos?--decía Ratoni-- Podríamos llegar a aceptaros en nuestro club si os afeitáis las colas. Sería mucho mejor para vosotros estar de nuestro lado, creedme. Estarías protegidos, no tendríais nada que temer. ¿Qué me decís?
Ratoni se acercó a la gatita y sus bigotes rozaron el hocico de ella, que arrugó la nariz pero no se movió. Tony sintió un impulso incontrolable de valentía y se acercó con decisión a las ratas que mantenían acorralados a sus camaradas gatunos.
--Déjalos en paz, Ratoni.
La rata volvió su mirada húmeda hacia Tony y meneó los bigotes mientras reía atronadoramente.
--Vaya, si ha venido el revolucionario para salvar a sus congéneres. Qué tierno--se volvió hacia los gatos y con tono de voz oscuro apremió:--¡Elegid! Es vuestra última oportunidad para uniros a mí y obtener mi protección. ¿O preferís quedaros con el gatito Catony?
Se hizo el silencio. Tony observó las miradas perdidas de los gatos, con las pupilas muy dilatadas por el miedo y las colas escondidas entre las patas.
--¿Qué dices, gatita? ¿Te vienes con nosotros?
-- Déjala en paz--gritó Tony mientras su cola multiplicaba su tamaño habitual y el pelaje de su lomo se erizaba.
La gata miró aterrorizada el semblante de Tony. Ratoni esbozó una sonrisa siniestra en su hocico justo antes de agarrar con fuerza una de las orejas de la gata y obligarla a agacharse. Ella emitió un maullido lastimoso que retumbó en todo el patio. Tony se preparó para atacar si fuese necesario, esperando que el resto de gatos le ayudase a rescatar a la gatita.
--Que elija ella--retó la rata.
Tony observó impotente cómo Ratoni mantenía bien sujeta a la gata y le retorcía la oreja con su asquerosa pata. Uno de los gatos se acercó un paso a la rata, con las orejas hacia atrás y la cola entre las patas.
-- ¡Nos iremos contigo, Ratoni, pero suelta a Lily, por favor!
-- A partir de ahora acataréis mis normas y me seguiréis como vuestro líder, ¿entendido?
--Entendido--dijeron todos los gatos al unísono
-- No se os permite hablar con Catony. Una sola mirada y seréis castigados.
--Entendido--repitieron.
Ratoni soltó la oreja de Lily y se marchó con sus secuaces mientras los gatos hacían corro en torno a ella para asegurarse de que estaba bien.
Tony se acercó a ellos cuando estuvo seguro de que Ratoni se había marchado.
-- ¿Por qué os habéis rendido tan fácilmente? Entre todos habríamos podido con...
--Cállate--susurró Lily acariciando su oreja dolorida con la pata-- No nos causas más que problemas. No vuelvas a hablarnos.
Y sin decir más, los cinco gatos caminaron lentamente hacia el interior del colegio, dejando a Tony solo, tal y como quería Ratoni. El gatito cerró los ojos e inspiró hondo, sintiendo que sus esperanzas de cambio se precipitaban al más hondo de los pozos al perder el apoyo de sus congéneres.