BAILE DE SOMBRAS
Las noches nunca fueron tan oscuras
CAPÍTULO 1 de muestra
Amaneció
gris
Era una mañana
como otra cualquiera. Lo único que llamaba la atención era la espesa capa de
nubes que cubría el cielo. Eran tan grises y compactas que habían conseguido
oscurecer la calle por completo. Una
mañana triste, se podría decir.
Observé con
atención a través del cristal sucio de mi habitación. Justo bajo mi cuarto
crecía un árbol cuyas ramas ya habían alcanzado mi ventana y a penas se podía
vislumbrar algo a través de la espesa frondosidad de las hojas. Parecía que
estaba a punto de ponerse a llover. O a nevar.
Resoplé algo
desilusionada mientras apartaba mi melena castaña tras mis hombros.
¿Qué importaba
si el día era gris y triste? ¿Y qué si el hombre del tiempo había vaticinado
que haría un sol despampanante? Se había
equivocado, tampoco era la primera vez. Aunque sí la más extrema.
Torcí la boca,
algo desilusionada, mientras intentaba convencerme a mí misma de que no era el
fin del mundo. Al fin y al cabo, sólo se habían ido al traste mis planes de
domingo, nada más.
Observé abatida
mi atuendo, tan poco apropiado para un día como éste. Una mini falda caqui
lucía orgullosa, sujeta a mis caderas, mientras una camiseta blanca de tirantes
me cubría el cuerpo. La ropa que había preparado para ir al pantano.
Miré una vez más
al exterior. Daba la sensación de que la temperatura tampoco debía ser
demasiado elevada. Probablemente, sería la adecuada para un buen chaquetón de
lana. Vaya verano se avecinaba.
Finalmente tuve
que rendirme a la inapelable climatología del pueblo y cambié mi ropa por unos
pantalones vaqueros claros y una camiseta de manga larga ajustada y lila. Rodeé
mis caderas con un cinturón de hebilla grande y circular, y me cubrí con un
chaquetón fino y largo, de color blanco intenso. Al menos estaba amortizando
bien la ropa de invierno. Decidí dejar mi melena suelta, a fin de que me
cubriese las orejas si hiciese demasiado frío.
Tras echar un
largo vistazo a mi reflejo en el espejo de la cómoda de madera, retoqué el
perfil de mis ojos ovalados y verdosos con un lápiz negro, y les dí un poco de
color marrón brillante a mis labios. Aquel día me sentía especialmente guapa, a
pesar de todo. Gracias a Dios, los días anteriores había hecho sol, y mi rostro
había adquirido un moreno ligero, librándome así del perpetuo color blanquecino
que había arrastrado durante todo el invierno.
Me coloqué de
perfil al espejo, observando mi figura un instante. Era increíble cómo un
simple chaquetón era capaz de hacerme ganar cuatro o cinco kilos visualmente.
Suspiré
derrotada. De todos modos, no pensaba salir a la calle—con el frío que debía
hacer—en tirantes, de modo que me abotoné el chaquetón y me recoloqué el pelo
hasta que la imagen que me devolvió el espejo me pareció adecuada. Sonreí.
Adoraba mi pelo. Había tardado años en crecer tanto, casi me cubría toda la
espalda, pero sin duda había merecido la pena. Su color castaño, con algunas
mechas naturales en tonos más claros, casi parecía rojo cuando el sol le daba
de lleno.
Salí de la
habitación, algo abatida, y fui directa a la cocina.
Allí estaba mi
compañera de piso, Brenda. Compartíamos hogar desde hacía casi dos años, desde
que ella terminó sus estudios, pero nos conocíamos de mucho antes. Habíamos ido
juntas al instituto, y siempre fuimos grandes amigas, de modo que nos pareció
una buena idea alquilar un piso juntas. Ahora, ella trabajaba como enfermera en
un hospital de alto prestigio en la ciudad y pasaba mucho tiempo yendo y
viniendo con el coche.
En realidad,
nunca comprendí del todo por qué no nos mudamos a la ciudad, ya que ambas
trabajábamos allí. Supongo que, como las dos nos habíamos criado en este
lugar—un pequeño pueblo rodeado de montañas y valles, que contaba con unos
cinco mil habitantes—después de todo, le habíamos cogido cariño.
Hoy era el día
libre de Brenda, y se lo estaba tomando con calma. Estaba sentada a la mesa de
la cocina, masticando con parsimonia una tostada con mantequilla mientras su
mirada se perdía en la oscuridad de la ventana.
Era una chica
muy delgada, quizás demasiado, aunque comía como una loca. Ella solía decir que
tenía el metabolismo acelerado, y por eso su cuerpo quemaba todas las grasas
que le llegaban tan sólo con moverse un poco. Yo siempre le contestaba que,
entonces, yo debía tener un metabolismo retrasado, y siempre le hacía reír.
Me acerqué a
ella, y al fin se percató de mi presencia. Su mirada marrón se centró en mí con
sorpresa, mientras su naricilla chata se movía al tiempo que masticaba. Era una
chica realmente guapa. Su melena cortita era de color dorado intenso, y sus
rizos caían alrededor de sus mejillas siempre sonrosadas. Finalmente, sus
labios se curvaron en una sonrisa desganada.
— ¿Qué? Vaya
planazo para hoy, ¿no?—entonó con su vocecilla aguda.
Entrecerré los
ojos y me desplomé sobre la silla frente a ella, tomando una de las tostadas
del plato.
— No me lo
recuerdes—murmuré—Para un día que podíamos escaparnos las dos… y mira qué
panorama.
Ella se encogió
de hombros mientras sus ojos se entrecerraban.
— De todos modos
el pantano estaría hasta arriba de gente… y ya sabes lo poco que me gusta estar
rodeada de niños gritando y tirando cosas—rebatió triunfal, con tono de
desinterés.
Sonreí
disimuladamente mientras pegaba otro mordisco a la tostada. Brenda se estaba
esforzando mucho por ocultar su enfado. Se había pasado las dos últimas semanas
hablándome de las ganas que tenía de ir, esperando deseosa que los días que
libraba le cuadrasen.
— Deberían
despedir al hombre del tiempo, ¿eh?—insinué con tono malicioso.
— Deberían
condenarlo a cadena perpetua—explotó al fin—O matarlo. Equivocarse con la
predicción del tiempo es un crimen imperdonable.
— Tienes toda la
razón, ese hombre merece un buen castigo.
—
¡Dios!—exclamó, levantándose de un salto— ¡Con las ganas que tenía de estrenar
mi bikini! ¡Es increíble, con el buen tiempo que ha hecho toda la semana!
Parece que lo hacen adrede.
— Sí, Brenda.
¿Nadie te lo ha dicho? Es un complot del gobierno, están conspirando para que
no puedas estrenar tu bikini este año—reí.
— No te burles
de mí—rebatió indignada—esto es una catástrofe. Ese bikini me costó mucho
dinero, y es precioso. Lo que pasa es que cuando lo estrene, los chicos de los
alrededores sólo tendrán ojos para mí. ¡Las mujeres! ¡Ellas son las
conspiradoras!
Estallé en
carcajadas. Sin lugar a dudas, había sido un duro golpe para Brenda el cambio
de planes. Me levanté de la silla y cogí el bolso, aún con la sonrisa en la
boca.
— Vamos, no te
deprimas. El verano acaba de empezar, ya lo estrenarás—intenté animarla—De
todos modos, el día no está perdido sólo porque no haga bueno. Aún podemos
pasarlo bien.
— Ni
hablar—rebatió clavándome la mirada—Yo no pienso salir de casa. Me quedaré
aquí, disfrutando de mi día libre con unas palomitas y varias películas malas.
Eso es lo que pienso hacer hoy.
Resoplé y dejé
caer los brazos a mis costados.
— Está bien. No
te voy a insistir. Si no quieres venir a tomar un café, quédate en casa.
Como respuesta,
Brenda elevó una ceja interesante y metió un paquete de palomitas en el
microondas.
Salí de casa,
algo decepcionada, cerrando con cuidado aquella puerta vieja y destartalada.
Debía de tener al menos cien años.
El piso en el
que vivíamos alquiladas era más viejo que Matusalén, y debíamos tener especial
cuidado, por orden expresa de la casera, con los golpes y cosas así, ya que,
por lo visto, en esa casa, a excepción de los colchones y algunos
electrodomésticos, todo se remontaba dos siglos atrás.
Bajé con cuidado
las escaleras de madera chirriante y salí al exterior. El tiempo era tal y como
lo había esperado; húmedo, frío, con un viento aullante recorriendo las calles…
Justo cuando creí que había pasado al fin el invierno, aquí estaba de nuevo, en
pleno mes de Julio.
Estreché el
chaquetón blanco en torno a mi cuerpo y comencé a caminar por el pavimento
mojado con pasos presurosos. No había ni un alma por la calle, como si el mal
tiempo los obligase a quedarse en casa, como Brenda. En fin, ellos se lo
perdían.
Y lo cierto es
que era desolador ver la calle tan vacía. Todos los coches aguardaban
estacionados junto a las aceras, y el viento arrastraba con parsimonia algunos
papeles y plásticos por la calle con desgana. Daba la impresión de que había
llegado el mismo Apocalipsis. Claro que, la gente era así. Los domingos, y con
más razón si hacía mal tiempo, preferían quedarse en casa, acurrucados en el
sillón con una gran manta de lana sobre las piernas mientras veían las
películas malas que echaban por la tele.
Una gota impactó
justo sobre mi frente y alcé la vista frunciendo las cejas. Oh, no. Del cielo
completamente encapotado sobre mi cabeza surgieron varios rugidos estridentes y
ahora las gotas heladas de lluvia caían sin compasión sobre mí.
Y mi paraguas en
casa.
Bueno, cuatro
gotas no matan a nadie.
Como si me
hubiese leído la mente, la lluvia se intensificó, el viento con ella, y el frío
en consecuencia. En cuestión de pocos segundos, mi melena chorreaba agua y me
di cuenta de que el abrigo pesaba más. En un intento estúpido por detener
aquella lluvia repentina, sujeté el pequeño bolso sobre mi cabeza y comencé a
correr hacia la cafetería. No quedaba lejos, estaba a la vuelta de la siguiente
esquina. Con un poco de suerte llegaría antes de notar dos pozas dentro de las
botas.
Corrí más
rápido, aprovechando que no había nadie para verme hacer el ridículo, con una
mano sobre la cabeza y la otra moviéndose rápidamente hacia delante y hacia
atrás.
Tomé la esquina
del edificio a toda velocidad y para cuando me quise dar cuenta, ya lo tenía
encima. Mis ojos se cerraron como acto reflejo y del golpe perdí el equilibrio
y caí al suelo.
Me llevé una
mano a la frente, confundida. Elevé la mirada a través de la constante lluvia y
observé con cautela al hombre con el que me acababa de chocar. Entonces vi que
en el suelo se habían desparramado un montón de papeles, mojándose.
— Oh, madre mía,
lo siento—me disculpé al instante, mientras me incorporaba y recogía los
papeles antes de que se mojasen más.
Él se agachó a
mi lado.
— No pasa nada,
ha sido culpa mía.
Le entregué los
papeles con cuidado y él los guardó en una carpeta negra. Ambos soltamos un
suspiro al mismo tiempo, y nos aproximamos a la pared para evitar mojarnos más.
Le lancé una
mirada culpable a hurtadillas.
— Lo siento
mucho, de verdad. Espero que alguno de esos papeles se haya salvado.
Él sonrió con
inocencia, y me miró mientras se cruzaba de brazos, colocando la carpeta en el
regazo.
— Tranquila, no
ponía nada especialmente importante.
Aunque ya había
terminado de hablar, fui incapaz de apartar la mirada de él durante un rato.
Era un hombre no
muy alto, de metro setenta y cinco, más o menos, su pelo negro brillaba con
intensidad de lo mojado que estaba, y goteaba por las puntas. El corte me
recordó a la nueva moda que había salido entre los rockeros, llamada emo, o algo así, que, básicamente se
trataba de llevar el flequillo especialmente largo para que cubriese parte del
rostro o completo. Sin embargo, a él no le cubría demasiado la cara, quizás
porque estaba muy mojado y se lo había apartado para que no le molestase.
Y realmente era
un hombre guapo. Aparentaba tener unos veintidós o veintitrés años, su piel
parecía tersa, y daba la impresión de ser suave. Tenía una nariz pequeña y algo
respingona en la punta, de la que goteaba el agua pausadamente. Y sus ojos.
Vaya ojos tenía. Incluso ahora, que los mantenía medio cerrados a fin de
protegerlos de la lluvia, pude ver el color que desprendían. Nunca antes había
visto un azul tan intenso y eléctrico como aquel. Eran unos ojos impactantes y
exóticos. Además, su color se intensificaba al verse flanqueados por aquellas
cejas tan profundas y negras. Sus labios, ahora curvados en una ligera sonrisa,
eran suaves y definidos. Llevaba un chaquetón largo y negro sobre el cuerpo, tan
empapado como el mío, que le llegaba casi hasta las rodillas y dejaba adivinar
la musculatura de su espalda.
Cuando mi mirada
regresó de nuevo a sus ojos, se entrecruzó con la suya. Desvié rápidamente la mía,
consciente de lo poco apropiado que resultaba observar a alguien con tanto
descaro, y me sonrojé al tiempo que una sonrisa inconsciente surgía en mis
labios.
— Lo siento, es
que no te había visto por aquí antes y… bueno, como esto es un pueblo, siempre
se ven las mismas caras…— “estúpida, es
la excusa más absurda que has dicho en tu vida”, pensé para mis adentros.
Él sonrió, a
pesar de lo tonta que había sonado mi disculpa, y rió brevemente.
— Lo cierto es
que acabo de llegar de la ciudad.
— Pues siento
mucho la bienvenida que te he dado, te aseguro que el resto del pueblo te dará
mejor impresión que yo—sonreí abochornada.
— No sabría que
decirte—comentó elevando una ceja y mirándome de reojo—la forma en que te has
presentado tú es difícil de superar. Soy Jared—añadió mientras ofrecía una
mano, envuelta en un guante negro de cuero, esperando que se la estrechase.
— Yo soy Irish,
encantada.
Nos estrechamos
la mano y nos sonreímos mutuamente, mientras el tiempo a nuestro alrededor
empeoraba. Miré varias veces de reojo a aquel extraño, que observaba la lluvia
caer sin demasiada prisa.
— Has elegido un
mal día para visitar el pueblo—comenté—por lo general, en verano hace buen
tiempo.
— Viajo mucho, y
suelo toparme con días como este. Ya estoy más que acostumbrado.
— ¿Habías estado
aquí antes?—pregunté mientras me estrujaba el pelo para escurrirlo.
— No, es la
primera vez que vengo. Me han hablado muy bien de este sitio y me apetecía
conocerlo—de improviso, sus ojos se clavaron en los míos mientras una sonrisa
maliciosa aparecía en sus labios— ¿Serás mi guía turística?
Le mantuve la
mirada durante un instante y sus ojos se estrecharon. Yo sonreí también, ante
la simple idea de verme a mí misma guiando a una persona de la ciudad por el
pueblo. Pocas situaciones se me antojaban más embarazosas. En un pueblo nunca
hay nada que enseñar, se ve y punto.
Pero claro,
tampoco iba a decirle que no.
— Claro, yo
puedo enseñártelo—asentí—Pero para verlo así…
Desvié la mirada
a mi alrededor. La calle estaba completamente desierta, bombardeada por la
ingente cantidad de agua que caía del cielo, como si se tratase de una enorme
ducha de agua fría. Desde luego, si el pueblo ya era simple de por sí en sus
días buenos, verlo en un día como hoy no decía nada bueno a su favor.
— ¿Vas a
quedarte mucho por aquí?
— Aún no lo he
decidido—comentó pensativo—El tiempo lo dirá. Si estoy a gusto aquí, no hay
necesidad de marcharse antes de tiempo.
— Entonces quizá
pueda enseñarte el pueblo cuando deje de llover así—suspiré aliviada.
— Eso me
encantaría—corroboró, mientras sus ojos me traspasaban— ¿Te gustaría tomar un
café conmigo? Así podríamos secarnos antes de pillar un constipado.
Pestañeé varias
veces antes de contestar. Sobra decir que yo no era una mujer muy acostumbrada a los ligues y cosas así, aún
menos en estas condiciones. En realidad, sólo había tenido novio una vez, y
había sido hacía tanto tiempo que a penas recordaba el modo en que me propuso
salir. Supongo que los hombres nunca fueron lo que más me preocupaba en el
mundo, a diferencia de Brenda. Ella sí que era una entendida en el asunto. Cada
semana aparecía en casa, anunciando que iba a salir con un chico diferente al
de la semana anterior. En cierto modo, envidiaba la naturalidad con la que
Brenda se desenvolvía con los hombres. A mí se me antojaba imposible. A ver,
tenía relaciones con hombres, desde luego, pero eran compañeros de trabajo,
amigos, o camareros de los bares que frecuentaba. Nunca los había visto con
ojos de corderito degollado, como hacía Brenda, ni ellos se me habían insinuado
tampoco. Claro que, con Brenda a mi lado, era difícil que alguien se fijase en
mí. Nunca se me habría ocurrido intentar ligar con ellos, de todos modos. Y
aunque se me hubiese ocurrido, tampoco habría sabido cómo hacerlo.
Claro que, no era
seguro que Jared quisiese ligar conmigo, sólo por ofrecerme tomar un café. Era algo inocente. A fin de
cuentas, acabábamos de conocernos…
Finalmente, mis
cejas se fruncieron ante aquellos pensamientos.
— ¿Te ocurre
algo?—preguntó Jared, percatándose de mi más que evidente trastorno mental.
— No, no—me
apresuré a contestar—Es sólo que… estaba pensando… en algo. Claro que me
gustaría tomar un café contigo.
Jared sonrió con
picardía.
— Tú dirás
dónde. Yo a penas conozco dos calles.
— Claro,
claro—corroboré sonriendo—Aquí, pasando la esquina, hay un bar al que voy
mucho. Ven.
Me adelanté a él
y caminé hacia la entrada del bar, pegada a la pared para evitar mojarme más.
Al final, la puerta acristalada del bar se dejó ver, y la abrí esperando que
Jared me alcanzase.
Aquel era uno de
mis bares preferidos, tenía un ambiente tranquilo y lo frecuentaba poca gente.
Además de que siempre tenía buena temperatura.
La barra estaba
situada al fondo del local, y el resto del establecimiento estaba lleno de
mesas bien distribuidas, sin que llegase a ser agobiante. Las paredes estaban
pintadas en un tono marfil, decoradas también con alguna que otra fotografía
enmarcada de los dueños del local y algunos camareros, y una suave moqueta de
color granate claro cubría el suelo, dándole un toque hogareño al establecimiento.
La iluminación no era exagerada, como en muchos bares en los que colocaban
cientos y cientos de fluorescentes por todas partes, cegando a la gente cada
vez que alzaba la mirada. No, aquí había unos cuantos apliques colocados en las
paredes, amortiguando la luz cegadora de las bombillas.
Me gustaba
pensar en ese bar como un lugar íntimo, ya fuese para pasar la tarde con los
amigos o tomar un café con tranquilidad mientras lees el periódico sin que
nadie te moleste, si no lo deseas.
Miré a Jared. Se
había detenido junto a la puerta, observando el local con detenimiento, como si
se tratase de un museo o algo así.
Sonreí. Parecía
que le gustaba. Me quité el chaquetón blanco y lo colgué en las perchas que
había tras la puerta, esperando que se secase cuanto antes. Jared me imitó, y
colocó su abrigo junto al mío.
Me mordí un
labio. Desde luego, si su chaqueta había insinuado la musculatura de su
espalda, se había quedado bastante corta. No es que fuese especialmente
musculoso, pero tenía la espalda ancha, y parecía que también algo de bíceps. Y
la ropa que llevaba le quedaba estupendamente, un suéter algo ajustado y negro
brillante, con el cuello alto, y unos pantalones vaqueros negros. Le quedaba
como un guante.
Le sugerí que se
fuese sentando en una de las mesas mientras yo pedía dos cafés, y él asintió.
Observé embelesada su lento caminar mientras bordeaba las mesas con agilidad…
hasta que, ante mi mirada atónita, se colocó en la mesa más apartada,
encajonada entre la pared y una viga maestra.
La mesa
escondida.
Tardé un rato en
asimilarlo. Así a primera vista, era bastante extraño que hubiese elegido la
mesa más apartada de todo el local, sobretodo cuando la mayoría de las mesas
estaban vacías.
Me encogí de
hombros. Quizás no tenía ganas de que nadie le molestase, o buscaba intimidad…
De súbito, mi
ceño se frunció. Intimidad. ¿Intimidad para qué? ¿Y si estaba intentando ligar
conmigo, y yo ni siquiera me daba cuenta? Abrí los ojos al tope de pronto. ¿Y
si le estaba persiguiendo la policía, y se estaba escondiendo? Hasta podría
haberse escapado de la cárcel…
Reprimí las
ganas de pegarme un tortazo allí mismo por paranoica, y me acerqué hasta la
barra. Pedí los cafés y le dije a la camarera que estaríamos sentados en la
mesa escondida, a lo que ella respondió con una sonora carcajada.
Me acerqué
taconeando hasta la mesa escondida y tomé asiento frente a Jared. Él me miró
con atención durante un instante, mientras una sonrisa asomaba en sus labios.
Sus codos reposaban sobre la mesa, y mantenía las manos entrelazadas frente a
su rostro. ¿Por qué me miraba de ese modo?
— Bueno, los
cafés están en marcha—anuncié mientras me sentaba— ¿Te gusta el bar?
— No está mal.
He visto tantos ya, que a penas me sorprende—murmuró mientras sus ojos bailaban
de un lado a otro del techo. Luego, se pararon en mí—Al menos no estamos a la
intemperie, ¿no?
Asentí con la
cabeza, sin dejar de mirarle con cierto rencor. La verdad es que me dolió
aquella forma con la que menospreció el bar. ¡Era el mejor bar del pueblo! Y
apostaría a que también de la ciudad. ¿A qué venían esos aires de prepotente?
Por amor de Dios, ¡si acababa de compararlo con una tienda de campaña!
—
Perdona—susurró, como dándose cuenta de que había sido demasiado borde. —He
pasado muchas horas conduciendo, estoy cansado y lo estoy pagando contigo.
Sonreí mirando a
la mesa.
— No, no,
tranquilo. Ya sé que esto no se parece mucho a la ciudad. Es verdad que es un
bar bastante normalito…
— Es
acogedor—apuntó—y apuesto a que los cafés son de primera.
Elevé la mirada
de la mesa. Estaba sonriéndome al tiempo que una ceja se le elevaba con
suavidad. Dios. Qué guapo era.
Entonces llegó
la camarera con los cafés, y los dejó en la mesa frente a nosotros.
Ambos pegamos un
buen sorbo al café, aprovechando que aún humeaba. Cerré los ojos para disfrutar
plenamente de ese momento. El café caliente me pasó por la garganta y al fin
llegó hasta el estómago. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mientras volvía
a entrar en calor.
— Sí—comentó
Jared—es un café estupendo.
— Que vivamos en
un lugar pequeño, no quiere decir que malvivamos.
— Jamás he
pensado algo así—se defendió—En realidad, prefiero los pueblos a las ciudades,
están menos ahogados de gente.
— Eso
dicen—susurré—Bueno, ¿y a qué te dedicas?
Jared pegó otro
sorbo a su café con aire distraído, mientras sus ojos relucían con tenuidad.
— Trabajo en una
empresa de reconocimiento—dijo con tono automático.
Fruncí el ceño
levemente, sin comprender del todo lo que quería decir con eso.
— ¿De
reconocimiento?—repetí— ¿Qué reconocéis?
Jared cogió aire
con fuerza. No parecía demasiado contento con ese tema, y me pregunté si no
habría metido la pata al sacarlo. Genial, yo y mis meteduras de pata marcábamos
otro tanto.
— Edificios
antiguos, ya sabes, por su valor histórico, cosas así.
— ¡Oh!—exclamé
al fin—ya entiendo. ¿Por eso estás aquí?
Al fin, en sus
labios apareció una sonrisa mientras sus ojos me traspasaban.
— Sí, eso es.
Tengo que catalogar algunos de los edificios que hay por aquí.
— Suena
deprimente—susurré—todo el día callejeando y mirando edificios viejos.
Él estiró
ligeramente los brazos mientras soltaba una carcajada.
— No te haces
una idea—me aseguró—pero pagan bien. Y de algo hay que vivir. Ojalá mis padres
me hubiesen dejado algo que no fuesen deudas.
— Dímelo a
mí—corroboré sonriendo—ya me gustaría no tener que trabajar.
— ¿Tus padres
también han muerto?
La sonrisa se
borró de mi rostro, y del suyo. Puf, mis padres. No me gustaba mucho tocar ese
tema, y aún menos con un desconocido.
— No, a ellos
nunca les conocí. Fui adoptada de muy pequeña, y sólo recuerdo a mis padres
adoptivos, que me echaron de casa cuando cumplí la mayoría de edad, con una
mano delante y la otra detrás.
— Lo siento, no
debí haber preguntado. Supongo que es duro para ti recordar algo así.
— Tranquilo, ya
han pasado muchos años. Además, se veía venir. Era algo así como un secreto a
voces. Siempre he creído que ellos pensaban que los bebés no crecen nunca.
— Sí, hay mucha
gente sin corazón en este mundo—corroboró.
— De todas
formas, me lo he montado bien. Ahora tengo trabajo, un techo… no me ha ido mal.
— Viendo siempre
el vaso medio lleno, ¿no es así?—bromeó.
— ¿A caso hay
otra forma de verlo?
Sonrió con
serenidad mientras entrelazaba sus dedos sobre la mesa. Seguía mirándome con
detenimiento, con aquellos ojos tan arrebatadores que tenía.
— Me gusta que
pienses así. No dejar nunca que la oscuridad te atrape.
Le sonreí
distraída durante unos segundos. Me estaba empezando a poner nerviosa. ¿Por qué
me miraba de aquel modo? Desvié con rapidez la mirada a la mesa, antes de que
mi rubor fuese demasiado visible.
— Bueno y, ¿qué
te gusta hacer en tu tiempo libre?—pregunté.
Jared se apoyó
completamente en el respaldo de su silla y se cruzó de brazos con aire
despreocupado.
— No suelo tener
mucho tiempo libre—se encogió de hombros—pero me gusta escribir, cuando puedo.
Abrí los ojos,
sorprendida.
— ¿De veras?
¿Escribes libros?
Él torció la
boca en un gesto de modestia mientras sus ojos seguían torturándome.
— Algún libro
que otro he terminado, pero por lo general no son gran cosa.
— ¡Venga ya!—exclamé,
claramente emocionada— ¡A mí me encanta leer! ¿Eres un escritor de renombre?
Quizá haya leído algo tuyo.
— Lo dudo
mucho—contradijo él sonriendo— Nunca he publicado nada.
Mi mandíbula
flojeó durante un instante, casi sin dar crédito. Yo jamás había sido capaz de
escribir dos líneas seguidas en toda mi vida, pero de haber podido escribir un
libro, sin ninguna duda lo habría intentado publicar.
— ¿En
serio?—dije yo, completamente seria— ¿Por qué?
Jared volvió a
encogerse de hombros mientras sus cejas se alzaban.
— No lo sé.
Supongo que nunca me ha importado demasiado la opinión de los demás sobre lo
que escribo.
Le dediqué una
mirada de reojo. Respetaba su elección, desde luego, pero en mi cabeza
comenzaban a asaltar las dudas. ¿Y si lo que escribía era realmente bueno? ¿Por
qué no intentar publicarlo, por qué mantener a la gente en la ignorancia? A mí,
que me encantaba leer por las noches antes de acostarme, me resultaba un
desperdicio de talento.
— Bueno…—dudé
con una sonrisa inocentona en la boca—quizás algún día puedas dejarme algo para
leerlo.
Jared disimuló
una risita que ronroneó en su pecho, mientras sus ojos relucían en mi
dirección.
— Tal
vez—concedió con tono oscuro—pero tiene una condición.
Se inclinó
ligeramente sobre la mesa, acercándose a mí. Elevé una ceja, con curiosidad,
mientras le imitaba hasta que quedamos separados por unos cuantos centímetros.
Su sonrisa se amplió, y sus ojos brillaron de tal modo que creí que iba a caer
dentro de ellos.
— Debes leerlo
únicamente durante el día—susurró siniestro—Bajo ningún concepto lo leas por la
noche.
Una sonrisa
inconsciente surgió en mi rostro, al tiempo que me incorporaba.
— ¿Es una
historia de miedo, o algo así?—bromeé— ¿Temes que no logre conciliar el sueño?
Él se incorporó
también, y me observó con detenimiento a través de sus cejas negras.
— Eso es. Una
historia de miedo.
De pronto, sonó
un pitido agudo algo amortiguado. Jared se movió con rapidez, y extrajo de su
bolsillo un móvil. Observó con atención la pantalla brillante y después lo
depositó sobre la mesa, mientras me miraba.
— Me temo que
tengo que marcharme ya. Acaba de llegar el camión de la mudanza con los muebles
y tengo que atenderlos.
— ¿Has alquilado
un piso en el pueblo?—inquirí esperanzada.
— Sí, a un par
de calles de aquí—me guiñó un ojo—ya te dije que pensaba quedarme un tiempo.
Jared se puso
serio de pronto, mientras parecía pensar algo. Sus dedos comenzaron a enredar
con su cabello negro, haciéndolo girar formando rizos, pero sus exquisitos ojos
seguían puestos sobre mí con aire misterioso. Mientras el silencio se acomodaba
a sus anchas a nuestro alrededor, comprendí que estaba en mitad de una de esas
situaciones violentas, en las que nunca sabes muy bien cómo actuar. Por suerte,
Jared fue más rápido, y tomó la iniciativa.
— En fin, ha
sido un placer conocerte—extendió una mano hacia mí y se la estreché con
torpeza mientras le sonreía—Espero que volvamos a vernos.
—
Igualmente—contesté.
Se levantó de la
silla con agilidad y con una última sonrisa, recogió sus papeles. Antes de que
me diese cuenta, ya había desaparecido por la puerta del bar.
Suspiré. Estas
cosas eran fáciles para la mayoría de la gente. Hablar con desconocidos, me
refiero, conocer gente y todo eso. ¿Por qué a mí se me antojaba tan complicado?
Maldita sea. Ni
siquiera habíamos intercambiado móviles, o direcciones. Me mordí un labio con
tenacidad. ¿Cómo no había caído en eso antes?
Y ahora,
recordando la conversación, me daba cuenta de que quizá él no estuviese
interesado en volver a verme. Quizás pensaba que yo no estaba demasiado bien de
la cabeza. Claro que, probablemente tenía razón. Cuando hablaba con
desconocidos por primera vez, mi comportamiento no solía ser demasiado normal,
que digamos.
Negué lentamente
con la cabeza mientras me levantaba de la silla, que emitió un sonoro chirrido,
intentando convencerme a mí misma de que él
se lo perdía.
Bah. ¿Y a quién
le importaba, si no le había caído bien al chico de ciudad? Yo le gustaba a
mucha más gente.
Y sin embargo,
no podía quitármelo de la cabeza.
Lo más probable
era que se le hubiese olvidado, acababan de llamarle al móvil, tendría otras
cosas en las que pensar.
Lentamente,
rehice el camino a casa. Había dejado de llover, pero el ambiente era húmedo y
frío para ser verano. Las calles seguían desiertas, a penas un par de ancianas
paseaban juntas bajo un paraguas, hablando a gritos entre ellas.
Subí las
escaleras y entré en el piso, cerrando con fuerza. Al menos en casa hacía
calor. Brenda debía haber encendido la calefacción. Me quité el abrigo y lo
colgué del perchero con parsimonia.
Encontré a
Brenda tumbada en el sofá de dos plazas, con una manta verde enroscada. Estaba
mirando fijamente la tele, en la que estaban emitiendo una peli mala de fin de
semana, aunque no parecía prestarle demasiada atención.
— Hola—saludé,
algo desganada.
— ¿Qué tal tu
trepidante aventura a través del frío paraje del pueblo?—contestó ella,
irónica.
Entrecerré los
ojos mientras frotaba una mano contra la otra para entrar en calor.
— De
maravilla—contesté, igual de irónica—Mucho mejor que tu día de pelis cutres y
patatas fritas, en todo caso.
Brenda rió entre
dientes y masculló algo así como “más te
gustaría”. Fruncí los labios ante su indiferencia.
— Pues, para que
lo sepas, he conocido a un chico. Y es guapísimo.
Taconeando con
fuerza pasé por delante de ella y me encerré en mi cuarto para cambiarme.
Mientras me desvestía, noté que mi provocación estaba dando sus frutos. El
ambiente en el salón había cambiado, y al fin, los pasos sonoros de Brenda
llegaron hasta la puerta de mi cuarto. Entró sin llamar, como siempre.
— ¿Qué es eso de
que has conocido a un chico? ¿Me tomas el pelo?
— No—contesté
mientras me colocaba el pantalón suave del pijama.
— Espera un
momento—sospechó ella— ¿a qué clase de chico vas a encontrar aquí? Ya conocemos
a los cuatro memos que viven en este pueblo, y no recuerdo que ninguno de ellos
sea guapo.
— Es que acaba
de mudarse. Es de la ciudad.
La boca de
Brenda se abrió de par en par y sus brazos colgaron inertes a los lados de su
cuerpo.
— Así que es en
serio—concluyó— ¿Cómo le has conocido? ¿Cómo se llama? ¡Cómo es!
— Se llama
Jared, es moreno y alto, y tiene los ojos azules—contesté yo, dándole a Brenda
la suficiente coba para que estuviese dándome la lata el resto del año—Nos
encontramos por casualidad, chocamos y fuimos a tomar un café.
Brenda negó
lentamente con la cabeza, reprochándome.
— Sólo tú serías
capaz de chocarte en mitad de una calle vacía con un chico y conseguir que te
invite a tomar un café.
La sonreí con
ironía mientras me colocaba la camiseta.
— Es un don que
tengo.
— Sí,
¡claro!—rebatió ella, agitando los brazos— ¡y estropearlo después! ¿Cómo se te
ocurre conocer a un chico sin mí?—me reprochó.
— No quisiste
venir, no es culpa mía.
Brenda cogió
aire con fuerza y se sentó en la cama, a mi lado. Claro que, yo ya sabía lo que
iba a decirme.
— No tienes
remedio. Seguro que le habrás asustado, como haces siempre.
Al instante me
levanté de la cama y me encaré con ella, ofendida.
— Oye, yo no
asusto a los chicos.
— ¿Ah, no? ¿Y el
año pasado, cuando te presenté a aquél musculitos en la feria?
Entrecerré los
ojos durante un instante. Sabía que volvería a echarme eso en cara. ¿Es que no
se le iba a olvidar nunca?
— Brenda, no fue
culpa mía, ese tío no tenía cerebro. ¡Lo de los anabolizantes fue una broma,
sólo eso! ¡No estaba insinuando nada!
— Pues él se lo creyó, Irish. ¡Estaba convencido de que
si los seguía tomando le explotarían los músculos! ¿Sabes cómo está ahora?
— Sí, lo sé—le
concedí aburrida—ahora es un flacucho sin músculos que juega al billar en los
bares.
Brenda
entrecerró los ojos y me fulminó con la mirada.
—
Exacto—confirmó siniestramente—Irish, era un bombazo de tío, podía levantarme
con una sola mano.
— Pues qué
quieres que te diga—concluí, poniendo ambas manos en la cintura—no le vino nada
mal dejar los anabolizantes, no le hacían ningún bien. Y menos con lo memo que
era. Puede que le haya salvado la vida.
— Es igual, no
se trata de él—volvió a reconducir la conversación— ¿No habrás hecho alguna
broma de esas raras con el chico de hoy, verdad?
Resoplé y salí
de la habitación. Brenda iba detrás de mí, revoloteando de placer en su burbuja
de regañar.
— Sólo hemos
hablado de cosas normales, te lo prometo—insistí—de dónde venimos, a dónde
vamos… cosas de esas.
Llegué a la
cocina y abrí la nevera, inclinándome para ver dentro.
— Oh, Dios mío,
¡no le habrás aburrido con una charla filosófica de esas que te gustan tanto!
Tras coger una
manzana y un pedazo de pastel, cerré el frigorífico y me encaré con ella.
— ¿Por qué le
das tanta importancia? Sólo es un chico más, como otro cualquiera. No entiendo
a qué viene tanto interés.
— ¡Le doy
importancia porque hace siglos que no sales con nadie, y si sigues así, no
espabilarás!
— Tampoco hace
tanto tiempo—susurré.
Me senté en el
sofá y pegué un mordisco a la manzana. Brenda se posó de un salto a mi lado.
— Sí que hace
tanto tiempo—contradijo— ¿Cuánto tiempo crees que ha pasado desde lo de Ryan?
Alcé la vista al
techo, pensativa.
Y,
efectivamente, desde eso habían pasado al menos dos años. No me había parado a
pensarlo.
Ryan había sido
mi novio durante seis meses, lo conocí en el instituto, y cuando nuestros
caminos se separaron, la relación no funcionó. Aunque la verdad era que nunca
había funcionado del todo bien. Yo hacía la vista gorda de vez en cuando con
sus líos y todo eso, porque era más que evidente el poco respeto que me tenía.
Pero le quería, y hacía como que no me enteraba de nada. Eso era mejor que
tener una discusión estúpida sobre algo que no iba a cambiar. Al final, hacerme
la loca no compensaba, y lo dejamos.
— ¿Lo
ves?—concluyó triunfal Brenda, al ver mi expresión— Vale que Ryan era un cerdo,
y no es que fuese un lumbreras, pero ha sido el único novio que has tenido. Y
desde que rompisteis, no has vuelto a quedar con nadie.
— Tienes razón.
Supongo que con él tuve suficiente—comenté, pegando otro mordisco a la manzana.
— Sí, claro—se
burló Brenda—No sé cómo puedes llevarlo con tanta calma. ¡Yo me volvería loca
en cuestión de días!
— Estoy bien
como estoy, Brenda, yo no necesito tener a un tío a la puerta de mi casa para
ser feliz.
— Qué rara
eres—concluyó—Pero, si vuelves a verle, ¿me lo presentarás, no?
Reprimí una
sonrisa.
— Cómo no.